Pancho eternamente
Pancho falleció ayer a los 100 años. Se va una gloria de Boca y del fútbol argentino, último sobreviviente de la final del 30.
La tele dice que murió Pancho Varallo. Lo repite la radio y hay cables de todo el mundo que hablan de él. Italianos, españoles, franceses ... Cuentan con ese tono severo e impersonal que tienen las noticias que, así, ya no quedan sobrevivientes del primer Mundial, el del 30, en el que él jugó la final contra Uruguay. Dicen que en este 2010, año mundialista que la Argentina recordará con frío en el corazón, Varallo murió antes de que terminara el invierno. Dicen. ¿Es verdad, Pancho? Porque usted no es de los que se rinden ante la primera patada. No.
“Mirá, nene, la primera patada en la rodilla me la dieron en el Mundial, y siempre me dolía”. Ya casi no quedan testigos que lo hayan visto jugar, de aquellos días en los que era el Cañoncito por su disparo letal con cualquiera de las dos piernas. Las crónicas hablan de un tipo que tenía “gambeta y shot”, y también una voracidad especial para el gol, una obsesión que se llevaba a los límites del campo. “Cuando no podía meterla, le decía a Cherro, que era mi Maradona: ‘El rengo se va de wing’. Entonces me iba contra la raya haciéndome el lesionado, la defensa rival me descuidaba y de pronto aparecía metiendo una diagonal, un gol, y salía gritándolo como loco”.
Setenta, ochenta años después de aquellas avivadas, la risa pícara todavía retumba en la casa de su hija Teresa. Pancho tiene la mirada mansa de quien lo ha vivido todo. Noches en compañía de Gardel, agasajos, regalos ... Hoy, en La Plata, hasta hay una calle que lleva su nombre centenario. De sus días de jugador hay fotos, recortes de diarios y revistas y una artrosis que se le extendió a todo el cuerpo pero que no le impidió firmar cuanto autógrafo le pidieron, incluso uno, ya con los 100 años cumplidos, que quedó grabado en cemento en el Paseo de la Fama de Mónaco. Hay premios como la Orden del Mérito de la FIFA, “una satisfacción enorme que me dio la vida”. Y hay miles de recuerdos que brotan con una nitidez asombrosa. Aquel superclásico del 31, el primero del profesionalismo, que él empató con el rebote de un penal y que terminó en un escándalo y partido ganado para Boca. Los días en que los hinchas de Gimnasia le apedreaban “el rancho” porque no le perdonaban que se hubiera ido a Boca. La bronca siempre latente de aquella final perdida contra Uruguay en la que tenía la rodilla lesionada y lo probaron haciéndole “patear una pared”. Su eterna admiración por Roberto Cherro, que le cambió de puesto, de 8 a 9, y lo ayudó a ser el goleador récord de Boca (181 gritos oficiales) hasta que Palermo lo pasó pero al mismo tiempo lo rescató de la historia para convertirlo definitivamente en la leyenda que es. En ese ídolo de carne y hueso que fue extirpado de los libros como un tipo común que nació el 5 de febrero de 1910 en Los Hornos y que, cuando cortó su vínculo con el fútbol (aparte de jugador, fue técnico de Gimnasia), trabajó como profesor de Educación Física y tuvo una empresa de transporte escolar y hasta vendió licores.
La imagen de Pancho es, antes que nada, la de un tipo sencillo, querible, humilde, sincero, con los ojos llenos de asombro y la voz cascada. Ese abuelo compinche como el que todavía tenés para abrazar o como el que ya extrañás. Un viejito piola que jamás perdió la lucidez ni el humor, que a los 97 amenazó con “volver a jugar para hacer algún golcito” si Palermo llegaba a robarle el récord pero que a la vez dijo que no se iba a “sentir mal” si eso sucedía como finalmente sucedió. Esos tipos no mueren. Nunca mueren. Así que no creas todo lo que dicen por ahí
Foto y Fuente: Diario Deportivo Olé.-
Posted by orandeportivo
on 15:40. Filed under
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